martes, 26 de agosto de 2014

Llorar

Llorar. Qué poco nos gusta, pero qué bien nos sienta.
Es la única manera de canalizar el dolor en forma de agua, de transformar lo abstracto en lo palpable, de parar de fingir y dejar que tu verdadero "yo" fluya descontrolado por todo tu cuerpo.
¿Por qué nos cuesta tanto dejar que esa primera lágrima, tímida, descienda por nuestro rostro? Supongo que sabemos que detrás de ella viene el resto, el manantial, fácilmente provocado por una simple pregunta: "¿Estás bien?" No, joder, no estoy bien.
¿Por qué nos encanta llorar con una película? Nos permitimos mirar con complicidad a una amiga en el cine, mientras el rímmel decora nuestras mejillas, y se nos escapa la risa tonta; pero nos mordemos el labio por no permitir que ni una sola lágrima se asome a nuestros ojos cuando algo nos duele de verdad o nos hace sentir impotentes.
Lloremos, joder. Tres minutos, para que se nos pase la tontería, o dos horas, para limpiar el alma.
No rechacemos nuestros sentimientos. No nos escondamos detrás de un muro interno. No reneguemos de nuestras debilidades. No disfracemos a nuestros demonios.
Que no nos avergüence hacer algo tan puro como llorar. Que no nos importe mojarnos las pestañas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario